En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el
último de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno
de los que más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo.
Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres
tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles
aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.
La familia que se fue con Cristo
Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo
se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un
tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había
muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que
tenían. Dicen que cuando llamaron al menor para anuanciarle que ellos se
iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes
se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí unicamente en la tierra?
Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se fue de
religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo
de la hermana (y ella también se fué de monja). Casos como este son más
únicos que raros.
La personalidad de Bernardo
Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y
atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades
que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y
brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de
cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era
ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Por eso durante
algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo
mundano y lo sensual. Pero todo esto lo llenaba de desilusiones. Las
amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban
vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más y más
desilusionado del mundo y de sus placeres.
A mal grave, remedio terrible
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se
revolcó entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo
remedio le trajo mucha paz.
Una visión cambia su rumbo: una noche de Navidad, mientras
celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le
pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa
Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar
mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la
religión y al apostolado.
Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra
Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y
pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran
alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban
religiosos nuevos.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se
opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran
personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento. La familia no
aceptaba de ninguna manera.
Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre
tenía para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su
voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y
cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a
sus cuatro hermanos mayores, a su tío y casi a todos los jóvenes de los
alrededores, y junto con 31 compañeros llegó al convento de los
Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos. Pero antes en su
finca los había preparado a todos por varias semanas, entrenándolos
acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos
religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de religioso al
convento.
El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos.
Formidable poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es
difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder
de atracción tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas,
como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su
novio hablara con el santo, porque lo mas probable era que se iría de
religioso. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los
jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un
convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los
formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para
hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo
llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió
que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval. En el convento del Císter demostró tales
cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de
religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió
un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran
que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso
el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol
ilumina fuerte todo el día.
Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de
Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos
años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a
fundar otros 63 conventos.
La oratoria de santo. Después de San Juan Crisóstomo y de San
Agustín, es difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido
tantos éxitos en su predicación como San Bernardo. Lo llamaban "El
Doctor boca de miel" (doctor melífluo) porque sus palabras en la
predicación eran una verdadera golosina llena de sabrosura, para los que
la escuchaban. Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su
deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada
sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas
de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en
los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a
volverse mejor.
Su amor a la Virgen Santísima.
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios,
necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque
entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más
cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Él
fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente,
oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice:
"Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya
acudido, sin tu auxilio recibir".
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito
con su voz sonora e impresionante. "Si se levantan las tempestades de
tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de
tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de
la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos
pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una
mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola,
no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado
por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial". Sus bellísimos
sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera
satisfacción y gran provecho.
Viajero incansable. El más profundo deseo de San Bernardo era
permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero
el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían
continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a
prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud
sumamente débil (porque los primeros años de religioso, por imprudente,
se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le daño la digestión)
recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo
fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y
hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era
el árbitro aceptado por todos.
Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera
para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y
sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya
en las noches pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la
meditación).
De carbonero a Pontífice. Un hombre muy bien preparado le pidió que
lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo
dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de
muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde
fue nombrado Sumo Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso
libro llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de
consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no
vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades
exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle:
"Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo
a la oración y a la meditación".
Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más
famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros
(como por ej. Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que
tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de
monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus
discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros
años más, exclamaba: "Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a
Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir
ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca". Y a
Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se
merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos
fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año
1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más
de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.
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