"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 1, 39-56
Durante su embarazo, María partió y fue sin demora a un pueblo de la
montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas
ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e
Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas
las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para
que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño
saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se
cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo
entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se
estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la
pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán
feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre
es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre
aquéllos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los
soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los
humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con
las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su
misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de
Abraham y de su descendencia para siempre". María permaneció con Isabel
unos tres meses y luego regresó a su casa.
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